Este artículo se publicó hace mucho tiempo. Es posible que haya cambiado mi manera de pensar desde entonces.
En Oxford, como ya sabéis, me atopé con un TED Global. TED es algo así como conferencias de buenas ideas: en definitiva, interesantes de ver, y además con buena onda. En su página web (la cual ya ha ganado algún que otro premio) podemos disfrutar de charlas de gente que entiende de lo que habla, con temas que a nadie dejarán indiferente y además de una manera clara, breve y accesible (siempre con subtítulos, en muchas ocasiones en español).
Pues el otro día, por aquello de la curiosidad, me tragué un video de unos 20 minutos en el que hablaba un tal Howard Rheingold, que es nada menos un hombre que predijo los «smart mobs», que no es sino lo que ocurrió con Irán y el fraude electoral: la multitud usa los medios digitales para comunicar y organizarse. Sin duda todo un entendido de la materia, y que nos deleita en esta conferencia hablando de la colaboración interesada.
Y se atreve a proponerlo como el próximo sistema económico, que se antoja infestado de multinacionales, pero las cuales comparten conocimiento y medios con la competencia pero no de modo altruista, sino con un interés obvio, en una especie de escalera de avances. Yo doy un paso, tú das el mismo y gracias a ello yo doy uno más. Un ejemplo muy claro, aunque no sea exacto: Microsoft libera unas líneas de código bajo licencia GPL (software libre), pero en su propio beneficio.
Pero a decir verdad, y apartándonos de tan interesante concepción económica, ¿acaso no toda ayuda que se presta tiene detrás un interés? Quizá un explícito cambio de colaboraciones, tal vez una predisposición positiva del ayudado, o, quién sabe, simplemente la felicidad que eso reporta. Nadie hace nada altruista al 100%. Lo interesante es cuando se aporta más de lo que se recibirá (o se esperará recibir): quizá sea a partir de ahí cuando debamos usar el adjetivo, ¿no?