Este artículo se publicó hace mucho tiempo. Es posible que haya cambiado mi manera de pensar desde entonces.

No es la primera vez que lo intento, ni mucho menos. Siempre que salía una nueva versión de la distro de Linux más utilizada, Ubuntu, cada seis meses, la probaba, y disfrutaba de ella por unas horas hasta que veía que, definitivamente, no estaba hecha para mí. Mucha terminal, muchos códigos raros, muchas incompatibilidades.

Y sabía que era triste defender el software y la cultura libres cuando no era ni capaz de adaptarme a esta maravilla de código abierto. Seguía en Windows, pues, con sus problemas, pero viendo que al menos la impresora funcionaba. Hasta que me harté. Había perfeccionado al máximo el modo de formatear sin perder datos (carpetas principales en disco duro externo, MozBackup y, la última adquisición, el maravilloso Clonezilla), pero cuando incluso lo más básico deja de funcionar así porque sí (en mi caso fue el simple hecho de no poder cambiar de usuario), es cuando te dices que ya es suficiente, que el sistema operativo que usas es una basura.

Había llegado el momento de dar el salto. Ubuntu, ese regalo del cielo en forma de sistema operativo que todo lo tiene. Ese maravilloso entorno naranja en el que conectas tu Bluetooth y se activa sin más, sin instalar un solo driver. Que te avisa para apagar, en el que todo está integrado. ¿Conectas el iPod? Escucha lo que lleva con Rythmbox. Firefox, OpenOffice, Pidgin. Una cualidad buena tras otra. Y sobre todo Wine y Virtualbox, los salvadores, los que te permiten seguir usándolo todo lo que los malvados creadores de software privativo no se dignan a adaptar a Linux.

En este preciso instante ya tengo todo funcionando. iTunes virtualizado (y mi iPod teniendo un orgasmo del gusto de volver a tener su querido software propietario rellenando sus entrañas), Ares y Spotify con Wine, y los demás programas que ya usaba en Windows y con los que no hace falta recurrir a estos chanchullos. Sé que aparecerán muchos problemillas mientras esté aquí, pero sé también que podré solucionarlos, en parte gracias a los numerosos foros de ayuda que existen sobre Ubuntu, en parte gracias a la ayuda de mis siempre queridos contactos. Ya le he pillado el tranquillo, porque esa es la clave: siempre hay una solución.

¿Volveré a Windows? Me dijo René que lo haría, entre otras personas, pero creo que solo lo haré si Windows 7 merece la pena. Sí es cierto que no lo he abandonado del todo, pero por fin el software libre supone la mayoría de lo que tengo en el ordenador. Y ahora, a disfrutarlo.

Agosto 09: Por si alguien lo dudaba, he vuelto a Windows. Windows 7. ¿El motivo? Tras UN MES de uso, he visto que tiene algunos problemillas que me hacen la vida imposible. Lo intenté, me ha gustado. Volveré a las andadas. Pero por ahora, las ventanas me satisfacen más (y más en el nuevo SO de Microsoft).

Captura de pantalla de Ubuntu 9.04, con iTunes virtualizado en primer plano.