Lo que nos ha pasado con el trabajo remoto es una pequeña revolución. Hace tres años descubrimos por las malas que no se acaba el mundo por que los trabajos de oficina se lleven a cabo desde casa. Incluso sectores tradicionalmente reticentes al trabajo en remoto o híbrido, como la Administración Pública, han dado el brazo a torcer.

Ya pasada la tormenta, somos muchas las personas que hemos aprovechado el trabajo en remoto para conciliar vida laboral y personal, cambiar de aires de vez en cuando, conjugar trabajo y ocio en viajes que ya no requieren de tantos días de vacaciones. Algunos incluso aprovechan para cumplir su sueño de mudarse al trópico. Trabajar desde la playa se ha convertido gracias a los nómadas digitales en el epítome del teletrabajo.

Pero la revolución no está en poder irse Bali. El gran cambio está en que muchas empresas se han animado por fin a contratar a personas por todo el mundo, literalmente. En 2019, mi actual puesto de trabajo hubiese requerido una mudanza a otro país, que a todas luces habría rechazado. En 2022, en cambio, pude aceptarlo sin tener que redefinir mi vida ni dejar mi país sin quererlo. El teletrabajo es una oportunidad para redistribuir riqueza desde las ciudades globales y los países más boyantes hacia la periferia. Dos requisitos: conexión a internet y buen inglés. Si tienes esto, da igual que estés en Lagos o en Londres, en Badajoz o en Madrid.

En España, las ciudades medianas y el campo tienen una segunda oportunidad. Con la extensísima red de fibra, de repente se vuelven apetecibles infinidad de lugares como alternativa a la grandes ciudades, con precios de la vivienda más asequibles y entornos más saludables. Hay un riesgo de gentrificación, pero es posible que se vea compensado por la generación de riqueza y puestos de trabajo indirectos, y también el mejor mantenimiento de servicios públicos que la despoblación vuelve (supuestamente) inviables. Una posible cura a la enfermedad crónica del desempleo y al desequilibrio demográfico. De repente, hay una posibilidad de irse, de volverse, de quedarse.

A quienes viven en el sur global, el teletrabajo abre las puertas a oportunidades de trabajo antes vetadas por la fronteras, las del mapa y las burocráticas; un bálsamo a la crueldad del visado. Esto, sumado al acceso universal y virtualmente gratuito a recursos educativos de gran calidad, permite a cientos de millones de personas competir en igualdad de condiciones. Frente al tradicional offshoring, las empresas ya no se centrarían necesariamente en la reducción de costes, aunque también pueda ser un incentivo: lo fundamental es sencillamente acceder al mejor talento, esté donde esté.

No sé cómo de naif es esto. Pero estoy ilusionado: distribuir la riqueza, convertir el mundo entero en una tierra de oportunidades o incluso conseguir que poco a poco las empresas globales tengan equipos más diversos (pero de verdad) serían grandes avances.