Este artículo se publicó hace mucho tiempo. Es posible que haya cambiado mi manera de pensar desde entonces.
Pues ya está: ya estoy de vuelta en casa tras un mes en la capital gala. Como suele ocurrir cuando hago este tipo de viajes, no os podréis librar de la crónica de un viaje bastante especial.
Lo malo
París es, para muchos, una ciudad de ensueño. Al mismo tiempo palaciega, bohemia, chic y cosmopolita, ofrece lugares turísticos como ningún otro lugar en el mundo.
Pero lo siento: el barullo de gente para visitar lugares cliché como la Torre Eiffel, Notre-Dame, el Louvre o Versalles es superior a mí, hasta el punto de no permitirme disfrutar de ellos como hubiera querido. Su carácter de turístico los convierte en plástico, les quita el alma. Y a los franceses que trabajan en el sector también: aun hablándoles tú en francés se empeñan en contestarte en inglés, seguramente con esa desagradable cara de hartazgo que los gabachos te regalan de vez en cuando.
Y obviaré, por educación, el tema de los olores.
Lo bueno
Si obviamos el barullo, lo más turístico y la suciedad de la que se supone ciudad del buen gusto; si nos metemos en la ciudad, las cosas ya cambian.
Sería injusto decir que no ha habido ningún lugar típico que me haya gustado: Montmartre, el centro Pompidou, la Ópera Garnier, la Sainte Chapelle o Galleries Lafayette, por citar algunos ejemplos, son extraordinarios, a la altura de lo que uno se espera de París, pero simplemente pasear por Le Marais (Rue de la Sainte-Croix de la Bretonnerie, por ejemplo, tiene unas tiendas espectaculares), o por la ladera norte de Montmartre, es también una gran experiencia, no sometida a miles de flashes cada día. Y como estos dos, muchos más sitios fantásticos.
La vida parisina real no es tan diferente de la vida parisina con la que todos soñamos. Los parisinos tienen, efectivamente, un estilazo brutal en el vestir -parece una chorrada, pero de veras que llama la atención-, y confundirse entre ellos, aun a riesgo de parecer un guiri, es un gustazo.
Lo excelente
Y sin embargo me reservo para el final tres cosas que sí que me han dejado sin palabras, si bien es cierto que no son típicamente parisinas.
- Quartier Chinois: parece mentira que una cosa tan sencilla pueda resultar tan sorprendente. El Chinatown parisino es una joyita, en especial para un servidor que no se ha acercado a la cultura oriental más que cuando va a «los chinos» o a un restaurante asiático. A nadie puede dejar indiferente un centro comercial repleto de insólitas comidas -agua con sabor a lichi en una lata transparente, por decir algo- y objetos -billetes falsos para ofrendas-, además de tiendas de cultura -música, películas…- muy especiales. en Maps, metro Tolbiac
- Shakespeare & Co., un reducto inglés en pleno centro de París. Mitad librería, mitad biblioteca, ofrece en un lugar privilegiado -Saint Michel- inspiración y momento de evasión a quienquiera que desee acercarse. Para ir con unas cuantas horas, es difícil resistir a escribir un mensajito, perderse en algún libro o quedarse embobado escuchando a algún visitante tocar el piano. en Maps
- Auvers-sur-Oise, un pueblecito en el norte de Île-de-France. Se tarda en llegar, pero es un lujazo ir un domingo con buen día. Id allí y buscaos la vida, tiene muchos secretillos.
También me impresionaron las Catacumbas, la Défense, el Museo de la Liberación en el Jardin Atlantique, las iglesias de Saint-Sulpice y la Madeleine y la Mezquita, donde es imprescindible pasarse por el restaurante y pedir su delicioso té a la menta (2€). Tampoco olvidar comer un crêpe (aka frixuelo) de jamón y queso, en, por ejemplo, una crêperie maravillosa cuyo nombre no recuerdo en Rue de la Harpe, Saint Michel.
Yo
Este año, el tercero y último en el que me conceden la beca, viajé con EF, una compañía que te causa también sentimientos encontrados. Debo admitir que tuve una excelente profesora y una familia excepcional -con la que fui al cine y a los bolos, incluso-, pero también hay muchos detalles por pulir, y se oyen cosas que no son normales -y os puedo asegurar que las malas experiencias son muy numerosas-. Pese a que, en mi caso, no ha estado mal, yo no les recomendaría.
Me he descubierto, eso sí, siendo muy -excesivamente- exigente. Con todos y con todo. Ya no cualquier cosa me sorprende, y busco más el detalle que lo grandilocuente. Sensaciones. Quizá es que no soy un buen viajero, no sé. De cualquier modo, me conozco: en un par de meses lo estaré añorando. (Actualización, dos meses después: lo añoro)
En dos líneas
París es una ciudad excepcional, pero necesitas dos cosas: alejarte un poco de lo turístico y ser paciente. Sus maravillas se revelan poco a poco.