Este artículo se publicó hace mucho tiempo. Es posible que haya cambiado mi manera de pensar desde entonces.
Faltaría más, Juan vuelve a demostrar su hipocresía por enésima vez. He abandonado Firefox, después de cuatro largos años en los que le he defendido a capa y espada -que si mis marcadores, que si diseño, que si privacidad, que si software libre-. Pero sí, he decidido dar el salto.
Dándole la bienvenida al único, al inigualable; al inesperado y fantabuloso. Acogiendo entre mis brazos a Chrome. Aquel navegador surgido en un movimiento maestro de Google, que poco a poco va consiguiendo cuota de mercado -va por el 10%-. Y es que todo nuevo usuario que reciba es bien merecido.
- Ritmo imparable de actualizaciones. Firefox sigue atascado en la versión 3 -ridículo-.
- El nuevo referente en navegadores que cumplen los estándares.
- Mortalmente veloz.
- Multiproceso. Haz con las pestañas lo que te dé la gana sin miedo.
- Aplicaciones. Aún en pañales, pero apps como TweetDeck nos dan una primera impresión de su potencial. Notificaciones, HTML5… Maravilloso.
- Sincronización. Cada vez más perfecta: preferencias, marcadores, contraseñas… pero también aplicaciones y extensiones. Falta algún detalle, pero verdaderamente innovador.
Y una grata sorpresa: extensiones brutales. La comodidad al probar, usar y desinstalar extensiones en un instante, junto a la originalidad de los desarrolladores, marca la diferencia. Cortex, drag2up, Smart Video Enlarger for YT, Quitar morralla de Tuenti, el propio TweetDeck, son ya imprescindibles para mí.
Hago lo que critico a los usuarios de Apple: renunciar a sus libertades por una buena experiencia de usuario. No obstante, de perdidos al río: qué más da que Google tenga un poquito más de mi información, si conoce cosas sobre mí que ni yo sé. Por lo menos navego rápido, y bien: por fin web y ordenador se unen de verdad. Que viva la superficialidad, pero es que, como ya he dicho en otras ocasiones, Chrome es el futuro, y no seré yo quien renuncie a él.