Este artículo se publicó hace mucho tiempo. Es posible que haya cambiado mi manera de pensar desde entonces.

Las montañas rusas hacen que la gente vuele. […] Hace años que Gabriel las diseña. Es su profesión. […] Quiere conseguir ese doble momento excitante en que la gente desea por encima de todo que ese ritmo frenético se detenga ya, y sin embargo a la vez desea perversamente que todavía continúe, por mucho que parezca que el cuerpo va a saltar de la vagoneta y a sobrevolar el parque de atracciones como un ángel o un suicida.

Adolfo García Ortega, El mapa de la vida

Leyendo ese párrafo en uno de tantos avances editoriales de libros que dan en las librerías (cariñosamente apodados por mí como «panfletitos»), no he podido evitar volver a un tema que siempre me ha llamado la atención. El morbo.

Me gusta cómo lo explica ese párrafo porque parece una definición muy pura: disfrutamos del cierto tipo de sufrimiento, bien propio, bien ajeno. En el fondo es cierto masoquismo, y lo cierto es que podemos encontrarlo no solo en parques de atracciones o en la cama. Seguro que a nadie se le escapará que es lo mismo que ocurre con las películas de terror, o en cuanto nos ponemos en contacto con lo más duro del «misterio» que podría proclamar nuestro gran conocido Iker Jiménez.

Es sumamente atrayente. Llevo ya tiempo planteándome qué voy a hacer con [rec] 2, la secuela de la película que me hizo gritar (y mucho) en el cine, del miedo y los sustos. Sé que si voy lo voy a pasar mal unas cuantas noches, y sin embargo es difícil resistirse a la tentación. Porque lo sabemos: entretienen, divierten. Me gustan las películas que me hacen sentir emociones: reirme a carcajadas, llorar como una magdalena y, por qué no, dejarme las cuerdas vocales en vociferar. Las disfruto.

Con las historias de Milenio 3 ya hace mucho tiempo que me decidí a dejarlas de lado, porque concluí que no me aportaban lo suficiente, pero no puedo evitar ver Cuarto Milenio si coincido. No sé. Me fascina lo misterioso, supongo que como a todo el mundo.

Pero también lo es algo mucho más mundano: el cotilleo. Nos gusta meternos en la vida de los demás, divertirnos con sus desgracias (ush, esto último ha sido duro). Con el plus de que muchos sabemos que eso está mal. Recuerdo otro libro que leí hace unos pocos días, el de Pájaro a pájaro (muy recomendable, por cierto), en el que su autora, muy humana, lo cual es de agradecer, decía…

Tu autoestima puede verse ligeramente afectada cuando descubras que estás deseando que le sucedan cositas malas a tu amiga. Las cosas buenas les ocurrirán a alguien que no seas tú.

El mundo del corazón es un remedio para masas contra el tedio. En esencia es envidia, y quizá de la mala. Claro que es muy cuestionable meterse en la vida de los demás, y juzgar lo que se dicen en platós. ¿Recordáis cuando cierta cadena española, que no diré que es Telecinco, pagó a Julián Muñoz, un jodido ladrón, unos 350.000 euros? Y ahí seguimos.

Que viva el morbo, porque lo morboso es humano. Vaya por Dios, no somos tan perfectos.