Hace apenas un mes tuve el enorme privilegio de visitar Japón. España y Japón tienen algunos parecidos amables: los dos países son líderes en esperanza de vida, seguridad y consumo de pescado. Después tienen algunas diferencias importantes. La tasa de desempleo en España lleva ya años siendo unas 6 veces superior a la nipona. Japón, por contra, está muy por detrás en igualdad de género. Según el World Economic Forum, España es el país número 29 (de 149 países) con menor brecha de género. Japón se encuentra en el puesto 110.
10.000 kilómetros separan Tokio de Madrid. Y, pese a todo, Japón se siente familiar. A veces viajar te lleva a mundos muy diferentes, pero allí sentí estar en una suerte de universo paralelo. Me es fácil imaginarme mi vida con konbinis a la vuelta de la esquina y váteres futuristas. Por supuesto, los viajes son una ficción. Uno no padece las rigideces de la sociedad japonesa, las discriminaciones o la agotadora cultura del trabajo cuando es un turista occidental.
Pero hay mucho de lo que aprender. A veces pienso que, especialmente tras la crisis, en España (¿y Occidente?) nos hemos acostumbrado a que las cosas funcionen de aquella manera. No nos hemos recuperado de los recortes. Sin embargo, en el Japón que lleva 30 años sin crecer parece anteponerse la eficacia a la eficiencia. Los trenes pasan con frecuencias obscenas aunque estén medio vacíos (imagínate que no fuera problemático comprar un billete para un AVE o Alvia cinco minutos antes de que salga). Hay personas contratadas para regular la entrada y la salida de coches de los parkings; konbinis abiertos 24 horas a gogó; aseos públicos por todas partes, generalmente limpios como una patena.
La productividad japonesa es la más baja del G7 y menor que la media de la OCDE, y hay quien culpa al omotenashi, una concepción de la hospitalidad, para nuestros estándares desmedida, por la cual ninguna labor es prescindible si sirve para hacer la vida agradable a un huésped (o cliente, o usuario, o dar bien un servicio). Si hace falta contratar a personas para que las cosas funcionen bien, se contratan. Japón se abrió al mundo y al capitalismo con tanto entusiasmo como éxito, pero los valores no cambian tan rápidamente.
Pero también se ve esta eficacia en esa manera de innovar: desde la sofisticada señalética hasta las mil y una funciones de una tapa de inodoro, parece intuirse un cierto inconformismo respecto a cómo funciona aquello que les rodea. Más información o comodidad no son imprescindibles, pero son suficientemente útiles o deseables como para tenerlas en cuenta. Hay muchas cosas indeseables de la cultura japonesa, pero esta voluntad de hacer las cosas bien, por llamarla de alguna manera, no es una de ellas.