Este artículo se publicó hace mucho tiempo. Es posible que haya cambiado mi manera de pensar desde entonces.
Édimbra para los amigos. La capital del reino escocés merece sin duda la visita. Oxford dejó el listón demasiado alto, por lo que este mes no ha sido tan intenso como aquél en tierras inglesas, mas eso no significa que no haya valido la pena.
- Old Town, New Town. Ambas partes de la pequeña ciudad son Patrimonio de la Humanidad, y no es para menos. Repletas de historia, cada una de ellas con sus peculiaridades: la apretada y sorprendente ciudad antigua, la de los callejones, y la recta, fresca y elegante del siglo XVIII.
- La amabilidad de la gente. Por lo visto es proverbial, y resulta que sí, que son muy amables. A excepción de los conductores de autobús (pero seguimos estando en el Reino Unido, no podemos pedir milagros), toda la gente con la que me he encontrado ha sido encantadora. Desde la mujer de mi casa hasta el dependiente de Watestone’s.
- El festival de Edimburgo. Cuando vi en el telediario que habría 40 mil espectáculos (sí, un cuatro con cuatro ceros) durante el festival, que se celebra todos los años en agosto, casi me da un patatús. Cierto que en la Royal Mile (Old Town) te acosan dándote panfletos de tal o cual obra de teatro, pero las actuaciones en las calles son impresionantes. Música, acrobacias, mimos, humor. Un ambiente inigualable y que no decepciona: sin duda alguna, un placer visitar la ciudad en estas fechas.
- El jardín botánico. Gratuito, y visita obligada. Precioso. Habrá que aflojar £3 para entrar en las Glasshouses, pero merece la pena: unos cuántos ecosistemas vegetales recreados en unos bonitos invernaderos, alguno victoriano incluso.
- Libros, discos, pelis. El ocio en el Reino Unido es más barato -aunque después no haya dinero para comprar pescado-, así que hay que aprovechar para hacer algunas compras. El 3×2 en libros en el antes mencionado Waterstone’s es una buena oportunidad para ahorrarse unos páuns.
- Las Highlands. Aun en una excursión fugaz, no hace falta mucho más para darse cuenta de la maravilla natural que son las tierras altas escocesas. Nada que ver con el paisaje asturiano: la cuna del famoso Nessie es más húmeda, más suave, más púrpura y, en ocasiones, más sorprendente.
- Y siempre la Historia. Visita Glasgow, Stirling y todo lo que quieras: siempre habrá una apasionante historia. María Estuardo, «queen of Scots»; William Wallace. Infinidad de castillos, los clanes, las tradiciones. Holyroodhouse Palace, guerras mundiales. Un amplio espectro que, siempre que haya un buen narrador, se convierte en la más lúdica de las lecciones.
Un consejo: llevar chorizo, jamón, lomo ibérico o cualquier otro embutido de España. Se echa en falta cuando tienes para cenar patatas fritas y pasta con queso. Tampoco vayáis creyendo que vais a poner en práctica todo el inglés aprendido en Series Yonkis, porque hay más españoles que escoceses.
Teniendo todo esto en cuenta, os recomiendo que visitéis la Atenas del norte, como la llaman: merece la pena. Escocia es un país diferente; una cultura diferente, orgullosa de su pasado. Y su capital está a la altura.