Este artículo se publicó hace mucho tiempo. Es posible que haya cambiado mi manera de pensar desde entonces.

En mi región se habla una lengua llamada asturiano o bable. Pudiendo situar su origen en el Reino de Asturias (siglo IX), se desarrolló desde entonces en paralelo a otras lenguas romances, como el gallego y el castellano. A diferencia del primero, del catalán y del euskera, que tuvieron su rexurdimento, renaixença y euskal pizkundea respectivamente, y ya estaban normalizadas para el 36, el asturiano no tuvo su Academia de la Llingua hasta 1980.

Quizá por eso la mayoría de los asturianos que vivimos en la zona centro en realidad hablamos castellano con un número variable de modismos en función de la comarca (lo que se denomina amestáu), y uno de tantos dialectos si ya nos vamos a las zonas más rurales, en especial al occidente. En otras palabras: los asturianoparlantes son una minoría, en especial en las zonas más pobladas.

Google ha puesto en marcha un interesante proyecto para documentar los idiomas en peligro de extinción, y el asturiano —del que cifra 100 mil hablantes— se cuenta entre ellos. Es una iniciativa que, si bien estoy convencido otros ya han intentado, cuenta con el impulso de una de las mayores compañías con el conocimiento como negocio, y eso marca la diferencia.

En Menéame (por ahí me enteré de la noticia) se habla de que la desaparición de las lenguas es mera evolución. Estoy de acuerdo: son una simple herramienta, por mucho que nos encariñemos con ellas, convirtiéndolas elemento identitario fundamental para bien o para mal —algo que conocemos de sobra en este nuestro país—. No obstante, siempre he dicho que antes de que pasen, silenciosas, a mejor vida, es mejor que queden registradas para el futuro: son un exquisito compendio histórico y social que otorgó a mayores o menores grupos de personas la más característica capacidad del hombre, la comunicación.

No sé si el proyecto de Google será suficiente, pero es un intento. Al igual que muchas otras, el bable, por ahora, no está muerto —yo diría incluso que está en uno de sus mejores momentos—, pero me reconforta saber que hay quien se preocupa de que esté a salvo por si llega el momento.