Este artículo se publicó hace mucho tiempo. Es posible que haya cambiado mi manera de pensar desde entonces.
Aunque me resista a creer en lo que dicen los agoreros, a veces pienso que así es, que los blogs -los personales, los de toda la vida- ya han muerto. Mantener uno al día supone cierto esfuerzo, en comparación con la facilidad y el dinamismo de Twitter, Facebook o el novísimo Google+. El factor social no es tan intenso, tan consistente: los feeds no consiguieron llegar a los usuarios, los comentarios no son tan prácticos.
Un blog es en tanto que es leído, pero parece que a estas alturas quien lee Diretes es porque quiere saber si es mejor Firefox o Chrome, o qué es eso del garrote vil -una de cada tres personas que llegan a través de los buscadores-. Tengo 60 suscriptores en Reader, eso sí, pero me cuesta creer que esa cifra se traduzca en auténticos lectores.
Las cosas han cambiado. Recuerdo de vez en cuando aquellos tiempos en los que Tuenti era una red social que pocos conocíamos -y en la que ninguno teníamos muchas esperanzas-, cuando Twitter aún parecía una chorrada -en agosto de 2007 empecé yo, al igual que con Tuenti tras resistirme por unos cuantos meses- y Microsiervos era leído por todo el mundo. Pero aquí seguimos. El estilo de Diretes no es el de entonces, y con el tiempo me he ido despreocupando de SEO, estadísticas, actualizaciones frecuentes. Últimamente no estoy muy inspirado -solo hay que ver lo que estoy publicando estos meses-, pero, oh qué raro, tengo muchas cosas en la cabeza. Tampoco me molesta. No es ni la primera ni la última vez.