Este artículo se publicó hace mucho tiempo. Es posible que haya cambiado mi manera de pensar desde entonces.

De vez en cuando me gusta fabular con un Estado democrático perfecto, y se me vienen a la cabeza multitud de ideas descabelladas al respecto. La sensación que me genera leer la noticia de los cambios con respecto a los apellidos según la reforma del Registro Civil es exactamente la misma: estamos ante algo diferente.

Es evidente que hacer prevaler el apellido materno hubiese sido caer en el mismo error. Sin embargo, la idea de utilizar el orden alfabético si no hay acuerdo entre los padres me parece sencilla y original. Atrevida. E incluso diría que divertida. No es que el tema me importe demasiado, pero es como si, con ello, nuestro sistema fuera un poquito más justo. De hecho, me recuerda al típico debate monarquía-república: aunque no molesta que haya lo primero, sabemos que es más justo lo segundo.

Y que vale, que me diréis que hay temas más importantes que tratar en España que el orden de los apellidos -y no seré yo quien os lo discuta-, pero a mí, que no soy un aburrido, qué queréis que os diga: me alegra el cambio.